Las relaciones entre las personas son complejas, difíciles
de entender. “Los que se pelean se desean”, “del amor al odio hay un paso”,
“los polos opuestos se atraen” “quien bien te quiere te hará llorar”… son
frases que yo nunca he llegado a entender del todo.
En mi opinión nuestro
corazón tiene un número limitado de plazas libres que se van ocupando poquito a
poco por personas que vamos conociendo en momentos y lugares determinados sin
cumplir ningún patrón fijo, amigos, amores, da igual. Lo único que tengo claro
es que en lo que a estas personas se refiere no existen normas que valgan.
Nadie te asegura quien va a ocupar uno de esos lugares ni por qué, ni siquiera
tú puedes intuirlo hasta que llega, y sólo entonces, lo sabes. A lo mejor no
tienes razones con las que argumentarlo pero tú lo sabes desde el primer
momento. Sabes que esa persona que acabas de conocer va a marcar un antes y un
después en tu vida, que va a estar mucho tiempo incrustada en tu corazoncito,
que probablemente te de muchas alegrías y también muchos quebraderos de cabeza,
que pasará inevitablemente por encima de muchas otras personas que rondaban por
tu vida mucho antes y que puede que tengan más motivos válidos y argumentables
para estar ahí pero que por alguna razón nunca llegaron a hacerlo del todo, que
pondrá tus ideas, tus principios y toda tu vida patas arriba y que te influirá
tanto que seguramente te cambie, pero ante eso tú sólo puedes sonreír. Es ahí,
en ese momento, cuando sonríes y te das cuenta de que de eso va la vida, de
cómo sin razón aparente aparece una especie de conexión invisible entre dos
personas aleatorias (o eso parece) que las une desde el primer momento
haciéndose cada vez más y más fuerte hasta crear una especie de dependencia
entre ambas, y puede sonar insano pero a mí me parece una de las cosas más
bonitas que existen.
Personas así hay muy poquitas, contadas con los dedos de una
sola mano y aún sobran, pero ellas nos dan la vida, sacan la mejor versión de nosotros mismos, nos hacen sonreír día tras día y nos permiten ser felices por encima de todo. Y yo puedo tener millones
de defectos, miles de millones, pero si hay algo de lo que estoy orgullosa es
de tener la capacidad de darme cuenta de estas cosas, de reconocer cuando una
persona vale la pena, de saber apreciarlo y de no tener un gigantesco orgullo
que me impida reconocerlo y agradecerlo.
Y cada uno tendrá su situación particular pero yo en mi caso
no estoy hablando de novios ni de medias naranjas, yo sólo hablo de personas
cuya presencia me hace feliz a diario, de las que dependo irremediablemente y
que me importan más que cualquier cosa en el mundo. Cada uno que lo llame como
quiera, yo les llamo mejores amigos o simplemente amigos de verdad.